América profunda inicia con un exordio que precede a la introducción; éste se presenta en apenas diez párrafos. Ya en los primeros renglones del primer párrafo nos dice Kusch que el libro pudo haberse terminado mucho antes, pero que le faltaba la definición propia de lo americano (valga decir que dicho concepto de lo americano más bien mienta lo latinoamericano, o como Kusch solía decir: lo sudamericano). Y finaliza dicho párrafo diciendo que «numerosos viajes al altiplano y la investigación sobre religión precolombina, limitada a las zonas quichua y aimará, me dieron la pauta de que había hallado probablemente las categorías de un pensar americano» (Kusch, 2000, II, 3).
Llama, entonces, la atención esta afirmación del filósofo argentino: ¿ha hallado las categorías de[l] pensar latinoamericano? De ser así, resultaré interesante tratar de comprender el pensamiento [filosófico] latinoamericano desde sus propias categorías y no -simplemente- desde las categorías del pensamiento occidental. Lo que no quiere decir, sin más, que ello conlleve una posición algo así como “anti-Occidente”, no. Lo que busca Kusch es entrar en la vivencia existencial del ser humano latinoamericano para desentrañar, en él mismo, las raíces de lo americano que aún hoy día se evidencian. Esto le ha llevado a desarrollar una investigación que raya con los métodos utilizados a nivel universitario:
[…] el estudio del problema me ha llevado a remover estructuras ignoradas por nuestros investigadores universitarios. Indudablemente se trata de una aventura que está al margen de nuestra cultura oficial. El pensamiento como pura intuición implica, aquí en Sudamérica, una libertad que no estamos dispuestos a asumir. Cuidamos excesivamente la pulcritud de nuestro atuendo universitario y nos da vergüenza llevar a cabo una actividad que requiere forzosamente una verdad interior y una constante confesión (ib., 4).
¿De qué pulcritud estará hablando Kusch? ¿Acaso de la que corresponde a la bata blanca de los investigadores? ¿O tal vez de la aparente pulcritud con que el profesional presenta sus ideas y sus argumentos, limpios de toda mancha e imperfección? ¿O, también, a la pulcritud racional que no se deja manosear de todo aquello que suene a intuición, emoción, sentimiento, afectividad…? Pero, seguramente, todo esto acaso hable de la pulcritud o de la falta de pureza de la cultura, de la supuesta limpidez y transparencia o de lo ruidoso y hediento de algunas tradiciones culturales humanas.
Kusch da a entender que es en estas tradiciones donde hay que indagar la integridad de nuestro ser, enraízado en el antiguo mundo, es decir, en la cultura precolombina; que no podemos seguir negando ese pasado propio nuestro y que asumiéndolo ganaremos la salud, o si lo continuamos negando «será una fuente de traumas para nuestra vida psíquica y social» (ib.).
Así que iluminado por Imbelloni, Arguedas y Varcárcel, entre otros, intentó encontrar el sentido de lo americano; pero esto no era suficiente, por lo que decidió convivir con los aborígenes y recorrer las calles y los barrios de la gran ciudad. Descubrió, entonces, que se encuentran dos raíces profundas en nuestra mente mestiza: una, que tiene que ver con el ser, o ser alguien, y que viene de la Europa del siglo XVI; la otra, que tiene que ver con el estar, o estar aquí, y que deviene de la cultura precolombina: «De la conjugación del ser y del estar durante el Descubrimiento, surge la fagocitación, que constituye el concepto resultante de aquellos dos y que explica ese proceso negativo de nuestra actividad como ciudadanos de países supuestamente civilizados» (ib., 6), de donde se deriva la sabiduría que lo llevará a comprender cierto hedor cultural en sentido positivo (como se verá en las páginas de América profunda).
Finalmente, antes de ofrecer los agradecimientos necesarios, Kusch declara que el método de su investigación desarrolló un estilo literario y técnico, no muy ortodoxo con los cánones de la investigación, pero necesario en el contexto que presenta.
Referencia bibliográfica
Kusch, R. (2000). Obras completas. Tomo II. Rosario, Ross.
No hay comentarios:
Publicar un comentario