Tinku: Encuentro
Queremos redactar la memoria de
este encuentro (Tinku) con una intención de trasgresión de la academia debido a
que en sí mismo fue realizado fuera de las instalaciones de la Universidad con
el propósito de abrir las posibilidades para comprender(nos) desde el ser
latinoamericano. Curioso fue que en las últimas dos sesiones del Semillero nos
hayamos dado a la tarea de volvernos nosotros mismos un círculo de palabra en
el que quien ha andado otros rumbos, ya sean investigativos o ya sean de
experiencias de vida, pudiera compartir como se comparte el alimento en la
comunidad (Común-Unidad).
Kusch nos ha alimentado el
espíritu investigativo al hablarnos del piso metafísico que es la vegetalidad,
pero nos hace falta pre-comprender de alguna forma el sentido de las cosmogonías
de donde puede beber el pensamiento originario para tejer el sentido
ontológico. Para iniciar se tienen en cuenta algunos fragmentos de Kusch en La seducción de la Barbarie que fueron
la excusa en la presentación de las apreciaciones que han surgido en los dos
últimos intercambios de palabra.
Lo mestizo, más que referirse a un tipo de hombre es,
entonces, una conciliación de opuesto, un recurso de la vida para conciliar
desniveles, un medio apresurado de alcanzar la integridad con que la vida intenta
lograr alguna forma de fijación. La Serpiente Emplumada nunca pierde por ellos
su vigencia. Con la oposición entre el ave y la serpiente encuadra la realidad
del continente americano (40).
Entonces, no se trata de un
mestizaje dado desde el cruce de las (mal llamadas) razas humanas, sino que ese
mestizaje es –incluso– precolombino, pues el Quetzacoatl (Serpiente Emplumada)
es signo de esa intención de ver lo que está más allá, lo metafísico. Junto a
esta particular visión de ver el cosmos, también está la manera de moverse
entre esas distintas posibilidades. La pirámide de Quetzacoatl simula el
movimiento de la Serpiente que asciende a otro
mundo, como signo de “trascendencia”, tema que nos detuvo en la discusión por
un buen periodo de tiempo.
Julián hace caer en cuenta que
ciertas señales evidenciarían el cambio de conceptos como el de trascender que
regularmente tiende a ser interpretado como salvación en un sentido
escatológico y el indígena no construye la ciudad monumento para salvarse, sino
para permitir el viaje entre esos otros
mundos y aquel en el que vive. Álex precisa la cuestión argumentando que hay
animales que permiten el paso entre esos mundos, entre diferentes realidades.
Por ejemplo, la serpiente es un animal que aparece en diferentes cosmovisiones
originarias, para el caso de los mexicas, fue el cumplimiento de dos profecías,
la primera de ellas que se relacionaba con el águila, y que en la captura de la
serpiente se señalaría el lugar donde debía ser construida la ciudad capital de
Tenochtitlan, que tiene su realización sobre una laguna, ejemplo claro del
ingenio de los indígenas quienes lograron hacer una ciudad sobre el agua con
acueductos de aguas residuales diferenciados del ingreso de agua potable. Así
mismo, en comunidades como la muísca y nasa la figura de la serpiente se
convertirá en parte fundamental tanto de su iconografía como de su cosmovisión;
como se narra en la memoria de los pueblos muiscas, particularmente en la
leyenda de Bachué:
[…] Tocada el agua, Bachué, se convirtió en serpiente,
para después perderse en los confines de su desconocido fondo… de tiempo en
tiempo, la sagrada progenitora de la humanidad, en su nueva forma de serpiente
–símbolo de sabiduría – vuelve a deslizarse con dulce suavidad sobre las
serenas aguas […]
En unas conversaciones que Álex
mantuvo con Julio Bonilla –ingéniero, músico y arqueo-astrono-investigador
bogotano– se hablaba particularmente de la sensibilidad investigativa que
mantenían las comunidades originarias con relación a los eventos astronómicos.
En el caso particular de los muiscas, si se situaban en los observatorios
solares, como el de Sogamoso (Suamoxi) o en la Plaza de Bolívar, en el centro
de Bogotá (Bacatá) podía observarse cerca del evento del solsticio del sur (21
de diciembre) una alineación perfecta con la constelación de la vía láctea;
dicha alineación, afirma J. Bonilla, tiene forma de serpiente en el horizonte y
ahí puede entenderse esa relación entre la observación –científica por más– y
la mitología que Occidente en su momento desprecia por ausencia de rigurosidad
y su agrafía, pero lo que es claro, como se ha afirmado en varias ocasiones en
el desarrollo de los encuentros del semillero, es que hay otro tipo de escritura, de discurso, de manifestación científica.
Álex hace notar la necesidad de
la conceptualización y diferenciación posible entre dualismo y dualidad,
argumentando que el primero de ellos significaría una división entre dos
realidades, al estilo platónico por ejemplo. Donde el mundo de las ideas y de
la diferencia, aunque tienen relación, están escindidas y una resulta ser tipo
de la otra que no puede ser más que un recuerdo
de la primera; es claro que se arriesga a un exagerado reduccionismo de la
teoría de las ideas, pero simplemente es una forma de comprender esa división
que perduró a través de expresiones religiosas en autores como San Agustín
quien hablaba de la Ciudad de Dios y la Ciudad de los hombres como separadas y
al morir el alma se separaría para ascender al cielo. Mientras que la
concepción de dualidad es la unidad
de dos realidades como alma y cuerpo desde la concepción tomista o como mente y
cuerpo como una sola unidad inseparable por su misma configuración.
Para apoyar esta observación
Julián relaciona lo que se está exponiendo con el tema de la Serpiente
Emplumada afirmando que por eso debe evitarse el pensar que la serpiente sólo
asciende en el juego de sombras de la pirámide, sino que hay que pensar el ir y
el venir de un mundo al otro, de una realidad a la otra, porque en sí misma no
es más que una sola llamada Pacha. Pero es evidente que ingresamos en algún
momento a la comprensión pseudoreligiosa que se impuso, quizás puede tener un
apoyo el argumento de Kusch en La
Seducción de la barbarie: «Un subsuelo etnológico reprimido impone a los dominadores
su propia cosmogonía» (41). Y que en la cuestión de las construcciones puede
incluso entenderse como la posibilidad de la sacralización de los lugares, como
afirma Álex, apoyado en la obra del argentino: «Esto se percibe claramente en
la arquitectura y la cultura mayas. Por el predominio de la selva, del espacio,
de la naturaleza se inicia una penetración dialéctica entre los opuestos» (41)
y de ahí la posibilidad de ver en un observatorio solar, con intención de
llevar la cuenta astro-nómica (νόμος) una
relación con sus propios dioses.
Valioso resultó entonces
presentar al semillero algunas herramientas que seguían partiendo de esta
necesidad de conocer el fundamento del pensamiento originario. Para eso, Álex
habla de los solsticios que demarcan los ciclos en el pensamiento
arqueo-astronómico. Si se tiene la posibilidad de pararse sobre la Plaza de
Bolívar en los amaneceres del 21 al 25 de diciembre y 21 al 25 de junio, se
podrá apreciar un fenómeno particular: en la primera de las fechas, el sol se
eleva directamente sobre el cerro de Monserrate y en el periodo de mitad de año
se eleva sobre el cerro de Guadalupe, ambos santuarios religiosos junto al
lugar desde donde se observa: la Catedral Primada de Bogotá. Cabe hacer la
pregunta –claramente respondida en la memoria de los pueblos– acerca de la
intervención del cristianismo en la desaparición de estos lugares, porque
quizás, sólo quizás, pueden haber sido sitios de adoración del sol, que para la
Corona Católica española era signo inequívoco de brujería, chamanería o asunto
similar.
Los solsticios, volviendo al
tema, muestran la unión de varios elementos de tipo astronómico. Por un lado el
ciclo de forma ovoide que realiza la tierra en su recorrido anual, de donde se
entiende que en una época se está muy cerca del sol y en la mitad del mismo
ciclo se está en su punto máximo de distancia; por otro lado, la inclinación
del planeta 23°30’, produciendo efectos de tipo visual notorios. Por ejemplo:
en el solsticio del sur (21 de diciembre) se ve el sol de mayor tamaño y debido
a nuestra ubicación sobre la línea del Ecuador vemos un tipo de efecto
diferente a aquel observador que está ubicado en el cono sur, por ejemplo.
Aquí, una imagen que permite comprender la primera parte de la situación, que
hasta ahora responde al efecto visual producido por los elementos ya
mencionados.
Para un observador desprevenido
no habría cambio, pero para el atento indígena tenía un rasgo particular dicha
situación, pues tenía relación con su espiritualidad. En la imagen que sigue
puede entender dicho movimiento celeste que permitirá acercarse a otro tipo de
comprensión de la relación entre las construcciones, la religiosidad y la
configuración de una metafísica vegetal (natural).
En la imagen proporcionada por el
planetario de Buenos Aires permite asimilar de mejor manera ese movimiento del
sol y que se expuso en el último encuentro del semillero como forma de
comprender esa relación que tiene el habitante de la América precolombina con
su naturaleza. Ahora bien, se explica también que en Colombia estamos en un
lugar favorable porque el sol tiene un movimiento casi equitativo en cuanto a
las distancias recorridas por el astro, pero en países australes el sol parece irse mucho más por eso esas comunidades
celebraban el regreso del sol en los inti
raimy (fiesta del sol) y construían inti
huatanas que eran aquellos lugares en los que se amarraba el sol por temor a que no volviera. Por eso debe tenerse
en cuenta ese paso de un observación disciplinada y con carácter de norma, de
ley, pero que al tiempo se fusionaba con toda una cosmogonía generando un (otro) sentido auténtico de contemplar el
mundo. En el caso muisca se encuentra el templo del sol en Sogamoso (Boyacá).Quizás
el más emblemático inti huatana se
encuentra en Machu Pichu y pocas se comprende que no sólo es un “reloj de sol”
sino que en sí mismo configura el lugar como modo de mantener al sol en su
quietud (Solsticio).
Para cerrar esta presentación se
hablan precisamente de esos signos que demarcan la realización de lo que se ha
hablado, la relación con el sol, el paso por las diferentes realidades y en
especial la simbología que se maneja ahí. Se recuerda por parte de Julián la
iconografía de la Chakana, como la que permite conocer los ciclos y en sí misma
es como una especie de mandala, así mismo, con relación a la Serpiente y la
pirámide de Quetzacoatl, Julián también recuerda dos símbolos nasas, uno de
ellos, la serpiente enrollada que simboliza el regreso al ombligo del mundo y
los tres triángulos que representan el equilibrio constante que se busca en las
comunidades originarias; Álex recuerda que eso es el sumaq kawsay en quechua y que se relaciona con Ayni o la reciprocidad que equilibra el mundo.
Luego de este ejercicio de
compartir lo que se ha recibido por oralidad se entra a un diálogo más fraterno
en el que prima la camaradería y la risa acerca de eventos que marcan el
aprendizaje. Marisol y Julián nos comparten sus experiencias en Argentina,
donde cada uno dio con formas de ser y de donde definen al argentino como
dividido, el porteño que vive al estilo europeo y el che, el que atiende al
extranjero y se hace la relación con los tambos andinos, esos lugares donde el
viajero tenía hospedaje por llevar el mensaje, por ser un chaski, que era el mensajero
oficial, fiel a lo que debía decir, primando entonces la oralidad en estos
pueblos y el sariri, el sabio que iba enseñando. Y hay un comentario
interesante, como solo Julián sabe hacerlos, pues se afirma por parte de los
asistentes que muchas veces somos occidentales en nuestras apreciaciones a lo
que Julián responde afirmando que creemos
ser occidentales, que somos precisamente el resultado de lo que él ha llamado
el palimsesto existencial, como forma
de manifestar nuestra configuración actual, pues no somos más que el resultado de muchos rasgos. En otros términos,
somos un tejido que se ha configurado de muchos hilos; hablamos castellano, estudiamos
en instituciones de corte medieval, pero como colombianos seguimos pidiendo ñapa, tradición que en lengua originaria
sería yapa, que era pedir algo más,
un cambio justo en un trueque, por eso aún mantenemos algunas actitudes en la
memoria de nuestros pueblos que evidencian que no estamos lejos de lo que
Julián ha llamado palimsesto existencial.
Sin embargo, al afirmar que uno
de esos rasgos constitutivos es la afectividad Julián reacciona manifestando
que hay que borrar de alguna manera ese imaginario, debido a que no somos puro
afecto, sino que también somos razón; no puede caerse en la pretensión reduccionista
de algunos autores que por defender un tipo de autenticidad sesgan la
posibilidad de ser razón, por ejemplo, dónde clasificar las observaciones que
ya se han expresado dentro de la afectividad, son más ciencia, rigurosidad y
disciplina investigativa y no pura afectividad; incluso se comprende que el
mito surge luego de la observación. De la manera más jocosa Julián evoca un
programa que veíamos de niños todos llamado Capitán
Planeta, donde había un representante de cada continente y cada uno tenía
un poder que correspondía a un elemento natural y el joven indígena del
Amazonas, parece haber llegado tarde a la repartición de poderes –otro
imaginario: llegar tarde a todo lado– y recibió por poder el corazón. Quizás
sea el momento de superar ese concepto reduccionista del corazonar, de la
afectividad, que si bien hace parte de nuestra forma de ser no es la totalidad
ontológica.
Por último se reconoce que ahora
se puede volver sobre el texto propuesto con una cantidad de herramientas y
posibilidades que dan piso, fundamento, a la experiencia interpretativa en el
encuentro (tinku) con Kusch a través
de su forma de estar entre nosotros
en su obra y en la próxima reunión del semillero trabajaremos el capítulo que
continúa en el texto La seducción de la
barbarie. No sobra decir que este encuentro se dio en una de las dos peñas
de la ciudad donde al lado de los vasos con té de coca reposaban las obras de
Kusch y evocando las últimas experiencias que se conocen del argentino, que
invitaba a sus estudiantes a casa y como intercambio ellos llevaban el mate, o
la comida, siendo coherentes con su camino de vida y su modo de ser más
auténtico.
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